El domingo en la Playa

Es Domingo, el barrio resplandece de alegría.

La música inunda las calles procedente de los aparatos de radio que a través de los balcones y ventanas se deja sentir mezclándose con la algarabía de los vecinos, las risas y los gritos de los niños -y no tan niños- que abarrotan las calles de la Barceloneta.

Estrenamos zapatos, algunos también chaqueta, por eso las madres nos han advertido que no vamos a jugar a la playa.

Cada Domingo, la familia decide reunirse para ir a vermut en uno de los muchos bares que  se extienden a lo largo del paseo Nacional.

Éste es un ritual festivo obligado aunque muchos acostumbran a dar el paseo después de misa, -este no es mi caso-. La familia antes de sentarse en una terraza, decidimos dar un paseo por la “Platjeta”. Se llama así por la ancha rampa de piedra que sirve para varar las pequeñas embarcaciones de pesca.

Como siempre, los fines de semana está muy concurrida.

Están los rederos, que parchean las redes cosiendo las roturas de las mallas aprovechando que para ser festivo las barcas no salen a faenar. También se aprovecha para pintar y calafatear el casco, y cuantas reparaciones de mantenimiento sean necesarias. La actividad en el puerto pesquero es febril. Las «remendadoras» son mujeres del barrio en su mayoría, también los hombres. Casi toda la gente de la pesca vive en la Barceloneta, esto motiva que la visita solidaria del “muelle de pesca” sea obligada todos los festivos.

Hay una multitud de visitantes de Barcelona que han descendido al puerto para conocer un territorio inexplorado. También abundan los pescadores de caña que sentados en los bordes de granito con sus pequeños taburetes esperan ansiosos de que sus cañas se dobleguen con fuerza y puedan cobrar una pieza que será el trofeo que justificará las largas horas de espera dándole al carrete . Otros asiduos del “muelle del Reloj” son los pintores de marinas -acuarelas o al óleo-, que acaparan la atención de los curiosos con su arte formando círculos de público a su alrededor provocando que los artistas en cuestión compitan con los sus compañeros por la afluencia de admiradores de su arte.

El muelle es una extensión del barrio, como también lo es la Escullera. Con las Golondrinas, los pescadores de caña, los de cangrejos, sus dos restaurantes -Porta Coeli y Rocamar- y las rocas, donde las familias suelen merendar la clásica tortilla de patatas y porrón de vino con gaseosa.

También tenemos en la playa , los merenderos y los baños. La Barceloneta es pequeña en superficie pero rica en contenido.

Expropiada hoy en día en nombre del progreso … ¿qué le queda? Restringido el acceso al muelle pesquero, sin visitantes, sin pescadores de caña y pintores, con sólo un par de “remendadores” que cubren sobradamente las roturas de las redes de las pocas barcas de pesca que sobreviven en un sector al que califican de primario, y que tienen los días contados. En la actualidad de los más de 200 barcos sólo quedan una veintena.

Los días festivos el muelle de pesca es un cementerio; peor si cabe, porque en el cementerio hay almas y en el muelle ya no quedan.

Existe un proyecto de remodelación, por parte del todo poderoso ”Port Autònom”. Una inversión millonaria para mejorar las instalaciones, a pesar de que los armadores han sido menospreciados para la elaboración del proyecto, desconfiando de cómo se distribuirá ese dinero.

Se sabe que se construirá un nuevo palco, que llega tarde, y que tendrá más un uso turístico que profesional, dejando al sector pesquero como un ornamento más de esta zona que pasará a ser de servicios para la restauración a pesar de que el capitán mayor defensa con uñas y dientes un proyecto de continuidad para la pesca en un intento por salvar el sector. Pero como la mayoría de los proyectos, es un sueño, y los sueños, sueños son.

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