Cosas sorprendentes que pasan en la Barceloneta

El vigilante que susurraba versos.

En el Moll de la Fusta se apilan tablas y tablones frente a los cargueros atracados. Es noche oscura y un joven vigilante llamado Joan pasea arriba y abajo, que son tiempos de economías estrechas y manos largas. Gana 4 pesetas por jornada, pero el trabajo le resulta liviano. Le agrada porque es un empleo solitario donde sólo le guiña el ojo el faro de Montjuic a cada vuelta y puede meterse dentro del caparazón de sus pensamientos. Y porque lo devuelve al puerto que, para bien y para mal, es el lugar de su infancia. 

Su padre murió en un accidente trabajando de fogonero en un barco de la Compañía Transatlántica que fundó un armador llamado Antonio López que tenía la billetera llena y la conciencia negra, o demasiado blanca. La nota de la compañía que informaba de su muerte decía que cayó sobre las planchas del horno y murió abrasado. Su madre, Elvira, no tenía ni para darles de comer. Por eso a los siete años tuvo que ingresar en el asilo naval para los huérfanos de los trabajadores del mar. Era un hospicio tan poco consistente que flotaba, porque estaba en uno de los barcos amarrados al muelle, pintado de color negro para recordarles con inquina a esos niños su tragedia. Allí aprendió a leer y a escribir a bandazos. A los doce años salió y empezó a buscarse un futuro aunque ni siquiera tuviera presente. Enseguida tiró de él su afán por la poesía y las ideas más revolucionarias del momento se le agarraron al pecho como los mejillones a piedras del Rompeolas.

Camina por ese Moll de la Fusta y mira en la oscuridad el amasijo de casas apretadas al otro lado de la dársena que forman la Barceloneta. En una de ellas vive su novia, la Carme. Unos estibadores que pasan por allí maldiciendo el frío de la madrugada se paran un momento a escuchar. Alguien murmura versos. Siguen adelante sin darle importancia. Ya saben que el vigilante del Moll de la Fusta es poeta.

Es en esa noche de faro y puerto adormilado nace en la cabeza de Joan Salvat-Papasseit el poema que escribirá para que todos sepan quién es:

 

Heus aquí: jo he guardat fusta al moll

Vosaltres no sabeu

qué és

guardar fusta al moll

però jo he vist la pluja

a barrals

sobre els bots

i dessota els taulons arraulir-se el preu fet de l’angoixa,

sota els Flandes

i els melis, sota els ceders sagrats.

 

Quan els mossos d¡esquadra espiaven la nit

I la volta del cel era una foradada

Sense llums als vagons:

Hi fet un foc d’estelles dins la gola del llop.

Vosaltres no sabeu

qué és

guardar fusta al moll.

 

Joan Salvat-Papasseit se casó con Carme Eleuterio y vivieron en la Barceloneta, donde se hizo muy amigo del poeta Tomàs Garcés y no se perdía una tertulia en la calle Maquinista con el sastre Salvador Miquel, que cosía con un hilo de amor por la cultura y pagó al joven Salvat su primer libro de poemas. Por desgracia, la muerte se lo llevó con solo 30 años. En el Moll de la Fusta hay una estatua dedicada a él, pero a mí me parece demasiado aparatosa, con un aire como de Napoleón, cuando él fue un autodidacta, ácrata y soñador que odiaba a la gente que se daba humos. Con toda justicia poética, el Institut d’educació secundària de la Barceloneta porta el seu nom. Y en los puntos de lectura de la llibreria La Garba hormiguean las letras de alguno de sus poemas. 

Si alguna vez les pilla la noche atravesando el Moll de la fusta, párense un momento, quédense en silencio y pongan la oreja, a ver si la brisa trae algún poema.

 
 

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