¡Piratas a la vista!

Una tarde de invierno y viento osa, me metí en la Bodega Sergio, donde es frecuente encontrar pescadores, portuarios y otra gente salada. En la barra había un cliente de cierta edad con un abrigo de trapo azul y una anilla en la oreja que contaba con voz ronca una historia que nadie atendía con mucho interés, pero que captó mi atención.

Decía que cuando el suelo que pisamos era una inmensa playa solitaria se habían visto a el horizonte velas de barcos piratas, uno de ellos con la bandera negra de la calavera y los dos sables cruzados que diseñó el famoso pirata Calico Jack. Explicaba ,a quien quisiera oír ,que cuando se iba a rehabilitar y el virrey estaba tramitando un indulto que borraría todas sus causas pendientes con la justicia, se enamoró de la tremenda Anne Bonny en una taberna del puerto de Nueva Provisión, en las Bahamas. Ella le pidió que la llevara con él y se hiciera de nuevo en el mar en busca de fortuna. Como los piratas consideraban que las mujeres a bordo traían mala suerte y eran muy supersticiosos, Calico Jack la hizo pasar por un hombre y Anne Bonny luchó con fiereza en cada asalto a los barcos que se cruzaban y se convirtió en una pirata temible. Contaba el fabulador al calor del bar y con un vino tinto del color de la sangre, que por algún motivo que no se sabe venían piratas a desembarcar en el arenal donde después se levantaría La Barceloneta. Pensaba que tal vez venían a enterrar en la arena los botines lejos de sus puestos de fechorías para que nunca los encontraran.

Me fui del bar pensando que era una historia seductora, pero imposible. Los piratas de aquellos tiempos, como Barbanegra, Francis Drake o la propia Anne Bonny actuaban ael Océano Pacífico, a miles de millas de las aguas del Mediterráneo.

Una mañana, caminando por el barrio con un buen amigo pescador, de la tribu de los Huguet, entramos a encargar unas redes en Hilados Donado, una tienda de cordelería naval abierta al1942. Entrar  en Donado es como atravesar la puerta del tiempo. La cantidad de cuerdas, redes, y cordeles de todas las medidas expandiendo un penetrante olor a cáñamo, algodón y esparto te trasladaba a un almacén portuario de una época en la que los oficios del mar eran artesanales.

En una estantería veo unas pulseras de cordel rematadas con nudos hechas a mano. Me llama la atención una de color verde y el empleado que atiende con familiaridad me dice que es la pulsera de Anne Bonny. Cómo abro los ojos como un búho, ríe. Obviamente, es demasiado nueva para ser la auténtica pulsera que llevara a la pirata del Caribe del siglo XVIII que se hacía pasar por un hombre, pero me dice que es un homenaje a ella. Me enseña otra con el nombre de otra pirata legendaria, Mary Read. Hay pulseras de Barba negra, otra con el nombre del pirata galés Howell Davis, la del pirata francés Jean Laffite o la de Edward England, el pirata más compasivo de todos… y así hasta una veintena larga.

Me extraño que se les hubiera ocurrido, en una tienda de efectos navales del barrio ,tener pulseras marineras con nombres de piratas y el empleado se encoge de hombros sin dar más explicaciones. Salgo con la pulsera de Calico Jack en la muñeca al girar la esquina de lo que antes era calle del Almirante Cervera veo a alguien que me observa. Es un tipo mal afeitado con una anilla en la oreja que lleva un abrigo largo azul de trapo que parece haber vivido muchas noches a alta mar. Nos miramos un momento, sonríe de manera enigmática y echa a andar hacia la playa, quizás a esperar a los piratas que un día volverán a rescatar lo suyo.

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