Crónicas de la ostia

El Tipa lo importó de los gabachos

“Señor Rector, ¡queremos el cañón! Rector, queremos el cañón!” Así se anunciaba la llegada de las fiestas de la Barceloneta.

El día 29 de Septiembre a las nueve del mañana cada año, una multitud de niños y mayores exigían –como era costumbre– al señor Rector la presencia del cañón que debía dar la fogonada que inauguraba, un año más, las fiestas del barrio.

Éste costumbre de anunciar el evento con un cañón tiene su historia. Al parecer, el responsable fue el señor Tipa, propietario del restaurante que llevaba su mismo nombre, aunque en realidad se llamaba Pancracio Farrell , pero le llamaban Tipa porque un buen día decidió hacer un gran caldero de potaje, y ofreció a todos los trabajadores del puerto, y otros obreros: que podían comida hasta hartarse cada día por diez céntimos, sin importar la cantidad de comida que pudieran llegar a ingerir. Siendo pionero una vez más el barrio en una modalidad que debería de decirse, con el tiempo, “bufet libre”, modalidad que otros copiaron mucho después. El señor Pancracio –Tipa– acostumbraba a veranear en un pequeño pueblo de Francia, de donde era natural su suegra. Allí descubrió la costumbre durante las fiestas del pueblo de utilizar un cañón que disparaba salvas, y escupía una gran cantidad de caramelos, que hacía las delicias de los niños de aquél sitio. De vuelta al barrio, el Tipa, que era un manitas y además era el presidente de la Comisión de Fiestas de la Barceloneta, decidió construir un cañón similar al de los gabachos. Se puso al trabajo, y a partir de entonces la costumbre de despertar al vecindario el día de San Miguel a cañonazos fue una práctica que no fallaba ninguna año.

El cañón recorría todas las calles del barrio, paraba en todos los bares –que no eran pocos– y disparaba un cañonazo, que dejaba sordos a todos los presentes. El encargado de dirigir el desfile era el General Lagarto , que por entonces era el Camús, un pescador al que vestían con un uniforme de general francés dada la procedencia del proyecto. Más tarde hubo otros, el más famoso fue Paco El Tonto, al que dedicaremos un capítulo aparte. Todo esto ocurría a mediados de los años treinta, durante la República. El Tipa militaba en el partido de la Liga, de Francesc Cambó. El señor Ganassa, propietario del bar que llevaba su mismo nombre, vecino y amigo del primero, lo hacía en Esquerra Republicana, esto ocasionó que siempre estuvieran enfrentados con la menor excusa. El señor Ganassa estaba celoso del éxito que la iniciativa de su amigo había tenido entre los vecinos. Así pues le vino de primera cuando todos los cristales del bar saltaron hechos añicos a causa de un cañonazo de cortesía con la que le obsequió el amigo Tipa y su codiciado cañón. Después de un enfrentamiento entre los dos colosos de la restauración, que tenían más autoridad en el barrio que el propio alcalde, el Tipa optó por guardar el cañón en el sótano del bar para evitar problemas mayores, dejando el barrio sin los cañonazos y los caramelos a los cuales se habían acostumbrado.

Los vecinos acudieron indignados a solicitar la intervención del párroco de la iglesia de San Miguel. Se llamaba Pere Mujal . Ese hombre se sintió presionado por esa multitud. La misma multitud que unos años después acudirían a esta misma iglesia para derribar el campanario y convertir las campanas en metralla, que debía ser utilizada en la lucha contra el Fascismo, y, de paso, derribar el Arcángel que presidia l fachada de la iglesia y que durante años dio nombre a aquella plaza que con su fuente central  – copia de la de Canaletes -, era motivo de orgullo en nuestro barrio.

El rector se presentó a la puerta de Can Tipa abrigado por aquella tropa de fieras sedientas de pólvora, a las cuales solo les faltaban las antorchas para parecer un ensayo de la película de Frankenstein, en la escena en la que los campesinos linchaban al monstruo. Aunque esta vez, el monstruo en cuestión hizo un “pase verónica” y de un movimiento de capa le pasó la responsabilidad a la iglesia. Al final el cañón fue a parar al sótano de la rectoría, presionado, eso sí, el señor párroco, tanto por el Ganassa, cómo por el Tipa, para no se moviera de allí, ni por Sant Miquel, ni en ninguna otra ocasión.

Bajo la tutela del párroco permaneció enterrado hasta el final de la guerra, época en la que ya con algo más de autoridad, decidió el 29 de Septiembre, prestarlo al populacho, reprimiendo la tentación de cambiar las salvas por metralla.

A partir de entonces cada año por San Miguel, incluso después de levantar el arresto, todo el barrio se planta delante de la rectoría y canta: “Señor Recto, queremos el cañón! Señor Rector, queremos el cañón!”.

Más artículos