Barceloneta, 22 de febrero de 2018.
Me estoy tomando un café como acostumbro a hacer cada mañana a la terraza del bar del mercado, justo a la esquina de Maquinista con Baluarte. Sentado a una de las 8 mesas ocupadas desde primera hora por los jubilados de este barrio -que cada vez somos más-, observo las calles que los basureros acaban de regar, refrescando el ambiente, y de recogiendo las latas de cerveza vacías con las cuales lo botellón de la noche antes ha sembrado el asfalto junto con vómitos y suciedad que los visitantes nocturnos nos han dejado como testigo de que en Barcelona todo se vale.
Dos grupos de personas se discuten a unos 50 metros sentados en dos tablas de la terraza de la granja Caracas -Maquinista con Atlàntida-.
Parece que no se acababan de ponerse de acuerdo con el reparto de ve a saber qué. Yo tenía mi Fuji X100 preparada por si había que intervenir -siempre desde la distancia, está claro-. De repente siento un grito a mi espalda.
–Vicens, no te has enterado, han encontrado unos cadáveres enterrados ante casa, he gritado a la policía, pero no me hacen caso.
La Rosita gritaba mucho cuando hablaba, -como casi toda la gente de mi barrio- por este motivo no le hacían mucho caso.
–Qué quieres que haga yo, deben de ser dos víctimas de un robo, o ve a saber.
–No. Son esqueletos, estaban bajo tierra, unas paletas los han desenterrado.
La Rosita era una chavala de mi pandilla de juventud, pero ya era abuela, durante los últimos años hizo del vino su refresco habitual. Pero yo me sentía obligado a hacerle caso aunque fuera en recuerdo de aquellas fiestas hace 55 años a la oscuridad del sótano de Francesc Burgueros Carulla arropados por aquella música de Salvatore Adamo que incitaba a la danza de apareamiento.
Hacia la calle Balboa me encuentro con el amigo Joaquim, que no sé cómo ya estaba al corriente del hallazgo.
–Ya lo sabes?, me lo ha dicho uno de las paletas que está trabajando allá.
Llegamos al lugar, la Rosita desaparece como si se lo hubiera tragado la tierra.
El solar estaba cerrado, no se podía acceder. Apunto el jefe por encima de la barandilla y consigo ver la obra que se está realizando en el interior del terreno.
Una pila de cañerías de PVC se amontonan sobre un montón de tierra acumulado a ambos lados de una zanja de un metro de profundidad que una excavadora había abierto a toda tomada con la intención de colocar las cañerías desde la alcantarilla de la calle Balboa hasta la de la calle Ginebra.
En el interior de la obra enfrentados a gritos, amenazándose con los puños, obreros de la constructora y técnicos del departamento de arqueología del Ayuntamiento se disputaban la ejecución del trabajo, los unos alegando el valor arqueológico del descubrimiento, y los otros defendiendo que tenían que cumplir un horario para rematar el trabajo por la cual habían sido contratados. Mientras tanto, afuera en la calle el camión con la hormigonera cercaba sin cesar con un ruido que solo se veía superado por los gritos del conductor que decía que tenía que abocar las 10 toneladas de hormigón que ya se estaba empezando a forjar.
Desde aquel momento, aprovechando el caos, ensartado a la valla pude hacer unas cuántas fotografías, y también hablar con los arqueólogos aportando un poco de luz al misterio de por qué aquella docena de esqueletos tenían que ser del siglo XVII como mínimo.
En un principio alguien dijo que era una fosa común de la guerra civil, pero no lo parecía por la posición de los cuerpos. Estaban enterrados en fila uno junto al otro sin guardar ningún paralelismo con las calles o los edificios del barrio, los cráneos apuntaban en el mar, y los pies a las viviendas formando un ángulo de 45° sin que los técnicos encontraran una explicación lógica en este hecho.
Mi teoría fue que cuando los enterraron, la Barceloneta no existía, era un inmenso arenero, aquel terreno quedaba fuera de las murallas, y los cuerpos estaban depositados perfectamente perpendicular al lado del mar.
El ingeniero Joan Martin Cermeño, el 1749 diseñó las calles de la Barceloneta en dirección Norte-Sur / Este-Oeste. Así aprovechaba los 4 vientos reinantes en la zona. -Tramontana, Levante, Mediodía y Ponente. La línea de playa atraviesa el barrio en diagonal, permitiendo que tanto las calles: Norte- Sur, como los que van de Este-Oeste desemboquen en la playa.
Los técnicos, después de cepillar los esqueletos durante horas con brochas y pinceles, pasaron la aspiradora y los etiquetaron llegando a la conclusión que eran entierros de la época de la revuelta de los segadores, o el asedio de los franceses de 1697.
Quedó claro que eran despojos del siglo XVII. Barcelona sufrió en aquella época una epidemia de la Peste Negra. Esto también justificaría que los sepultaran fuera muralla para evitar más infecciones.
Mi conclusión fue que aquella docena o más de desventurados llegaron a nuestra costa a bordo de un barco con una epidemia de cólera, tifus o escorbuto -hecho bastante común en aquella época- y fondearon trasladando los muertos a tierra con los botes y enterrándolos en la playa hasta que pasaran la cuarentena y pudieran desembarcar.
De una manera u otra la cosa se solucionó. Todo el mundo, obreros de la construcción y funcionarios del ayuntamiento, no paraban de recibir órdenes por el móvil, unos, que no se parara la obra, y los otros que de ninguna forma permitieran que la salieran adelante. El más curioso era que ambas órdenes salían del mismo despacho.
A las 14 h en punto -como buenos funcionarios- los arqueólogos, hambrientos por la lucha, se fueron a comer manifestante que volverían el día siguiente con más herramientas del laboratorio.
Luego que se fueron, las paletas colocaron las cañerías en toda tomada, la hormigonera abocó todo el hormigón cobren los tubos de PVC, y el bulldozer lo rellenó con la tierra sobrante, allanando el suelo y sepultando la necrópolis del barrio por siempre jamás más.
Cuando llegaron, a primera hora de la mañana, los científicos se encontraron un solar perfectamente plano sin ninguna señal de que allá hubieran excavado nunca.
Así que cogieron los instrumentos, el Carbono 14, las brochas y la aspiradora y se fueron a almorzar al bar Jai-Ca, haciendo tiempo hasta la hora de comida. Esto es la Barceloneta, un barrio donde todos los grandes problemas tienen fácil solución.
Exclusivas Forner
En su edición del 28 de febrero del 2018 El Periódico publicaba la noticia: “Las obras de construcción de una canalización subterránea en la Barceloneta, entre las calles Balboa y Ginebra, ha sacado a la luz un entierro múltiple que, a falta de un estudio detenido, podría datarse del siglo XVII y corresponder a víctimas de algunos de los hechos bélicos sucedidos durante este siglo, en el cual se desarrollaron la Guerra de los Segadores pero también el asedio francés de 1697.”
Artículo de Ernest Alós y fotografías de Vicens Forner, que fue el único que inmortalizó el hallazgo.
Una más de las “Exclusivas Forner”. Felicidades maestro!