Cosas sorprendentes que pasan en la Barceloneta

Estatuas que son barcas

Los Miraestels de Robert Limoso flotan en las aguas del puerto buscando estrellas y alguna cosa más

En las aguas del Port de Barcelona cabotean balizas, barcas de pesca, mercantes, remolcadores, lanchas de prácticos, embarcaciones deportivas… pero lo más sorprendente que flota sobre su superficie son dos vigilantes del cielo: los Miraestels. Son dos figuras humanas de color blanco con el cuello estirado hacia arriba que buscan algo en el aire, creadas por el escultor y pintor Robert Llimós, Premio Nacional de Artes Plásticas.

Los Miraestels tienen más parentesco con las barcas que con las estatuas, porque están construidos con materiales de barco: fibra de vidrio y resina de poliéster, y abajo el su pedestal flotante hay una quilla de dos metros. Pero lo que las hace marineras es que se compasan con la marejadilla del puerto y cabecean con el mismo latido que el mar.

En 2009 a Robert Llimós le sucedió una cosa extraña, que lo cambió todo en su obra y también en su vida. Buscando paisajes y quizá respuestas a las crueldades del destino, que en 1996 le arrebató a su hijo Marc de 24 años en un accidente de tráfico, paseaba por una solitaria playa del Brasil. Lo que sucedió lo ha dejado él mismo por escrito:

“En un viaje a Fortaleza (Brasil) en 2009 viví una experiencia que me ha marcado para siempre. Una tarde salí a dar un paseo para inspirarme con el paisaje; montículos de dunas hasta el horizonte, aguantadas por cuatro árboles, un cielo nublado, un paisaje espectacular. De repente, al mirar al cielo, mi sorpresa fue enorme al ver que, medio camuflado por los nubes, se visualizaba un OVNI.

Empecé a dibujar lo que estaba viendo: luces, líneas y el juego de camuflaje de la nave con la niebla y las nubes. Con la mirada fija sobre el papel, me di cuenta de que a mi lado empezaban a proyectarse unas luces que me pasaban por encima, me estaban escaneando. Miré la nave, vi una ventana abierta y, en el su interior, dos personajes que me estaban observando: un hombre y una mujer, los dos con unos cuellos muy largos y una piel escamosa.

Al volver a Barcelona, me puse a pintar rápida e intensamente, puesto que tenía una exposición y quería introducir este nuevo tema.

Creo que interpretar este acercamiento ha sido una respuesta a la escultura acuática Miraestels que tengo en el Port de Barcelona; está protegiendo el mar y pidiendo ayuda mirando al cielo. Desde siempre he pensado que serviría para entrar en contacto con el más allá y, por último, así ha sido”.

Llimós empezó a pintar cuadros de estos seres y los galeristas y la crítica especializado fruncieron la nariz. A pesar del su prestigio internacional, se le empezaron a cerrar muchas puertas. Los cuadros de extraterrestres no se vendían. Algunos pensaban que Llimós era un farsante o un trastornado. Pero él continuó insistiendo que su deber era mostrar con su obra lo que había vivido.

Visité el taller de Robert Llimós, muy cerca de la Barceloneta, en una calle cercana al Mercado de Santa Caterina. Llimós me recibió con mucha amabilidad. Con esta mirada profunda de los artistas me dijo que “el barro es un lenguaje para explicar lo que vas buscando. La pintura es un camino. Lo que no me interesa es esa abstracción que ha convertido la pintura en mercado.” Me pareció una persona con los pies en la tierra: “El arte está bien, pero es necesario comer todos los días!”.

Al llegar a los retratos de estos alienígenas de cuello largo y aspecto de saurios me contó su encuentro en la playa de Fortaleza. “Los alienígenas son una especie de reptilianos. La NASA tiene registrados a más de cien de ellos. No se han relacionado con nosotros porque les disparamos, pero ellos no devuelven misiles. Son pacíficos.”.

Yo no estaba allí y no puedo decir si había o no había extraterrestres, pero la verdad es que me cuesta creerlo, porque con el paso de los años se te va haciendo costra en la imaginación y te crecen hacia adentro las raíces del escepticismo. Pero sé que Llimós no mentía: para él era la verdad. Puede que los extraterrestres estuvieran o puede que su mente los hiciese ver, pero la devoción con qué lo explica todo sabiendo que perjudica su imagen de artista cotizado es valiente. Él comprende los recelos: “Después he ido teniendo información de otros avistamientos porque sino creería que estaba loco”.

También me dijo con tristeza que a mediados de los años 1990 «murió mi hijo y me quedé hundido. Esto me ha dado un nuevo impulso». El dolor, cuando es tan grande, es un universo entero .

Si vas al puerto y te quedas rato observando a estos Miraestels que esperan que algo caiga del cielo, acabas mirando donde ellos miran. Acabas temblando con su misma incertidumbre de pequeñas barcas flotando en un océano inmenso .

Antonio Iturbe es periodista, es profesor universitario, es escritor y, por si fuera poco, es de la Barceloneta.

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