La llegada de las plataformas televisivas nos ha llenado la casa de series alucinantes y películas más variadas que las excusas de un político. Una comodidad fabulosa que nos encanta a todos y hace que echamos el candado a la puerta y basura un agujero al sofá.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que los domingos por la tarde la única música en la radio era la del Carrusel Deportivo lanzando silbatos metálicos con los goles en campos de fútbol lejanos y podías cortar el aburrimiento con un cuchillo y untártelo en una rebanada de pan Bimbo. Bajar a la calle y llegarse a uno de los dos cines del barrio era atravesar la puerta a un mundo sorprendente de butacas de skai y olor al desinfectante perfumado de ozonopino. Se proyectaban en programa doble y sesión continua películas de reestreno, la mayoría producciones baratas españolas, italianas o de un Hollywood de saldo donde los superhéroes iban en pijama, como los esquifits Los 3 Supermen.
En el cine se iba a ver las películas, a merienda el bocadillo y a hacerla gorda. La gente aplaudía cuando llegaban los refuerzos de los bonos al último momento o insultaban al malo, que siempre tenía la cara picada de viruela. Si la película era mala, se le ponía sal y pimienta para que pareciera buena. En Bolt, agente trueno, el detective miraba muy serio a la chica de la película y le preguntaba: “Para tú yo qué soy?” y alguien desde la platea respondía: “Una mierda pinchada en un palo!”. El cine interactivo se inventó en la Barceloneta.
Las estrellas de este tiempo eran Bud Spencer y Terence Hill, que todos pensábamos que eran americanos, pero Bud Spencer era de Nápoles, se decía Carlo Pedersoli y además de actor de peso era cantante, mientras que Terence Hill se decía Mario Girotti y era tan veneciano como las góndolas. Pero eran los reyes de la trompada y estas tardes de domingo que a casa se atascaban, ellos hacían que pasaran de golpe. Otro actor de nombre norteamericano, Paul Naschy, en realidad se decía Jacinto Molina, era de Madrid. Cuando pasaron en el Barcino una película donde hacía de hombre lobo y se le ponía la cara toda peluda me hizo tanto miedo que le pedí a mi hermano que volviéramos a casa a mitad de sesión.
El cine era un lugar muy instructivo donde veías pasar la historia ante tus narices. Después de la muerte de Franco, el primero que cayó después de la dictadura fueron los sujetadores y las calcetas de las actrices. En el cine los niños asistíamos con euforia a aquellos nudo de Losbingueros o del Lobo feroz o una versión del Decameron no muy literaria. En España los niños no sabían el que era la democracia, pero pronto supieron el que eran un par de pechos.
Quizás el gran héroe de aquellos años de cine en sesión continua fuera Bruce Lee, que como nadie sabía inglés pronunciábamos su nombre como si fuera un gran lector. Hacía saltos de fantasía que llegaban hasta el techo de Marina, que era muy alto, y repartía hostias como si fueran caramelos a la Cabalgata de Reyes. Se enfrentaba a solas a cuarenta, a cincuenta, a doscientos, y los enviaba a todos a dormir. Furia oriental o Kárate a muerteen Bangkok… era tal el frenesí que provocaban sus películas que al descanso todos los chavales nos lanzábamos a dar coces como si fuéramos cinturones negros de kungfu, pero el único que se ponía negro de verdad era el acomodador con tanto alboroto.
Una tarde vimos anunciado al Teleprograma el estreno de una pele de Bruce Lee, OperaciónDragón, al Regio Palace, un cine muy moderno que se hacía decir “vistarama”, situado en un lugar remoto: la avenida del Paralelo. Mi abuelo nos llevó a mi hermano y a mí a mi primera visita en un cine de estreno. Como siempre que salías del barrio y pisabas Barcelona, te sentías como un indio tratante de conquistar Fort Apache. Y así fue. El taquillero no nos quiso vender las entradas porque yo no tenía la edad para ver la película. Le podría haber dicho que en el Barcino y el Marina había visto de todo y en cantidad, pero marchamos girando la vista atrás y mirando el bonito «cartelón» de la película con Bruce Lee sosteniendo estos nunchakus con los que hacía filigranas. Al paso de los años leí una biografía de Bruce Lee donde se explicaba que de joven había estado profesor de claqué y entendí que nos hipnotizaba su manera de luchar porque en realidad era un bailarín.
En estos modestos cines varias generaciones de hijos e hijas de la Barceloneta se van embadocar, rieron, lloraron, temblaron de miedo e incluso se dieron sus primeros revolcones a la oscuridad. Si vas a comprar al supermercado Lidl de la calle Maquinista donde años atrás estuvo el cine Barcino, no te extrañes si al poner la oreja a la pared sientes hablar al forzudo Maciste o suena la trompeta del séptimo de caballería.