Cuando el agua corriendo no había llegado todavía a las casas, había que cubrir igualmente las necesidades de beber, cocinar, limpiar, asearse y, lógicamente, “hacer tus necesidades”. Los más grandes todavía recordaréis como se apañaban para hacerse con el agua potable y también como deshacerse de las aguas fecales.
La Barceloneta es un barrio que se diseñó todo a la vez. Y la forma como obtener agua potable y como deshacerse de las aguas fecales fue una cosa más a tener en cuenta. Así pues, se planificó toda una serie de canalizaciones por las fuentes públicas, el alcantarillado y por cada una de las casas que tenían que tener un pozo propio y una común.
Guitert de Cubas, nos explica en su libro la visión del nacimiento de la Barceloneta: “Nivelado el terreno, para lo cual fue preciso emplear un trabajo inmenso, toda vez que hubieron de allanarse montañas de arena, la playa hirvió de trabajadores, abriendo pozos y cimientos cono sujeción”. Cómo se puede comprobar, los pozos eran esenciales para extraer el agua que se utiliza diariamente, siente la única forma de conseguirla por parte de los vecinos junto con las fuentes públicas, puesto que todavía no había llegado el agua corriente en las casas. Esta no llegó hasta el año 1872, momento en que se dio concesión, por parte del Ayuntamiento, a la empresa Grappin, Calvet y Arce, que fue la que se encargó del abastecimiento de agua potable en las casas del barrio. Pero esto no quiere decir que todas las casas consiguieran la deseada agua potable. Alrededor del 1973 todavía grande parte de viviendas se alcanzaban con un depósito que se llenaba por la noche y que era el agua que se podía gastar durante el día a toda la finca, cosa que también, no muchas veces, generaba conflictos cuando alguien utilizaba más agua de la necesaria.
Pozos públicos, pozos privados
El primer pozo público del que tenemos constancia es el pozo de Santo Yelmo, situado junto al portal de Mar, donde ahora es el cruce del Paseo Nacional (por los de fuera, Paseo Juan de Borbón) con Doctor Aguador. Entre los marineros había la creencia de que su agua estaba bendecida y por eso regaban sus embarcaciones con su agua, el día de la efeméride del santo. Pero ya al 1820, Guitert de Cubas nos dice que a su lugar se encontraba una fuente con tres grifos.
Al parecer, los pozos públicos, a lo largo del tiempo, fueron sustituidos por fuentes debido a la problemática de higiene y salubridad que estos comportaban a causa de las filtraciones con otras aguas del subsuelo, aguas de lluvia y pozos muertos. Pensamos que estos pozos se suministraban, básicamente, de las aguas de la lluvia y que muchas veces iban contaminadas por los excrementos de las vaquerías y las caballerizas que había de los comercios.
El octubre de 1884 a La Vanguardia se publicó la siguiente noticia: “también se acordó, á propuesta de la comisión de salubridad, el saneamiento de los pozos, arrojando en ellos, sulfato ferroso, desinfectante poderoso, cuya medida podrá hacerse extensiva a los de Barcelona, autorizándose al efecto al señor alcalde para que disponga lo que crea conveniente.” Las corrientes higienistas habían llegado y el Ayuntamiento tomó medidas creando ordenanzas donde se procuró facilitar la circulación del aire, del agua, el aumento del número de fuentes, renovar las alcantarillas y pavimentar y regar las calles del barrio.
El crecimiento en altura y la partición del interior de los edificios hicieron que los pozos privados, que en un principio eran de una sola edificación, pasaran a ser compartidos por dos edificios y que quedaran situados en medio de la partición. Paralelamente, estos pozos también crecieron en altura para llegar a los nuevos pisos remontados y los nuevos vecinos pudieron extraer el agua de los pozos comunitarios a través de una polea provista de una cuerda y un cubo. Los pozos privados, su mayoría, también en estado de insalubridad y con aguas putrefactas salidas del subsuelo y de la lluvia, fueron desapareciendo despacio, pero como cualquier cambio, costó.
En enero de 1919, a la memoria de la Asociación de Propietarios de la Barceloneta, hay una reclamación presentada en contra de la orden de ciegamente de los pozos caseros. Esta normativa amenazaba con multas de 500 pts en caso de incumplimiento de la resolución, lo cual cogió por sorpresa a los vecinos. La entidad de propietarios alegaba, para evitar el cierre, que el agua que se extraía solo era utilizada por el trabajo de limpieza, pero la Comisión Municipal de Higiene tenía los pozos en el punto de mira como posible foco de enfermedades como el tifus. A pesar de los reiterados problemas, hay constancia que en esta fecha continuaban abiertos alrededor de unos 800 pozos.
En la Barceloneta el espacio es importante dentro de las casas y, por lo tanto, no se puede dejar perder ningún m², por eso, estos pozos no desaparecieron sino que se transformaron en pequeños patios de luces, donde había los respiraderos de las cocinas y de las comunes. Pero como los barcelonetinos somos ingeniosos de tipo y más en la hora de poner cosas en pequeños espacios (hay una empresa de muebles sueca que tendría que aprender mucho de nosotros) algunos vecinos fueron más allá, y pusieron unas estanterías colgadas para crear una pequeña despensa o lugar donde guardar aquellos utensilios que a casa no cabían. Con la llegada del gas ciudad, era el lugar ideal para poner el calentador, y una mujer mujer fe, de haber visto, incluso, instalada una ducha.
Las comunes, un agujero para hacer las necesidades
Si los pozos eran un elemento más en la hora de planificar las casas, el mismo pasaba con las comunes que tenían que estar situadas en la entrada de las viviendas, con su pequeño respiradero que daba en la calle, para tener conexión con las alcantarillas o bien junto al pozo del edificio para tener salida de aire.
Las comunes eran un agujero en medio de un tipo de peldaño, para dar altura y quedar sentado, recubierto con madera, y que se lo usaba para hacer sus necesidades. Al no haber agua corriente que hiciera bajar los excrementos, si no se tiraba, enseguida, un cubell pleno de agua se podían quedar los restos indefinidamente, con los olores que esto comportaba. O recogías mucha agua de la fuente para utilizar para diferentes servicios o tenías que bajar cada momento. Las dimensiones de las comunes eran exiguas y solo era el espacio del agujero y el necesario para poder poner las piernas y cerrar la puerta.
Llegan los “revolucionarios” inodoros
Las innovaciones llegadas del continente hicieron que las comunes dieran a los inventos revolucionarios como los inodoros. Y una vez más, los barcelonetins echaron de su ingenio para instalarse una taza y una cisterna en el lugar de la común. El problema dependía de tu volumen si no cabías dentro del diminuto lugar. El ejercicio que se hacía para subirse la ropa interior con la puerta cerrada era pareciendo a la que podía hacer el mejor contorsionista del mundo. Y como se habrá adivinado, no había más remedio que hacer las necesidades con la puerta abierta, siempre que no tuvieras la suerte de recibir aquellas visitas inesperadas que no marchaban nunca.
Y si la cosa era complicada, por no ser menos, podemos complicarla más, y si en las casas del Eixample la gente se hacía lavabos con una ducha, nosotros también. La cosa era fácil, aprovechando la cañería del agua corriente que normalmente subía por el pozo, se instalaba un grifo con una manga de ducha y se hacía una salida de agua a tierra aprovechando la cañería del inodoro, que entonces, pasaba a tener dos funciones: para defecar y para sentar cuando te ducharas. Más cómodo no podía ser!
Y es que a limpios no nos gana nadie, porque antes de la instalación de la ducha, la limpieza del cuerpo se hacía a la pica de la cocina o con una palangana. Muchos vecinos iban al club del que eran socios, usándolo como un adjunto o expansión de su vivienda. Una leyenda urbana del barrio dice que los clubes de la Barceloneta se crearon para que los vecinos del barrio pudieran ir a ducharse y a hacer sus necesidades. Quien no ha dicho la frase “voy a ducharme al club?”.
El curioso origen y evolución del papel higiénico
Nuestros antepasados utilizaban varios enseres para la limpieza íntima, desde paja, hierbas, piedras, trozos de ropa o incluso esponjas. La primera revolución del cambio de limpieza, pero, fue gracias a la aparición de la prensa diaria a partir del siglo XVIII, porque sus hojas eran muy útiles por la limpieza después de su lectura. Las abuelas las cortaban en forma de cuartillas y las enganchaban, normalmente, en un gancho o un clavo, situado junto al inodoro, para utilizarlo cuando era necesario arrancando hoja por hoja.
No será hasta final de la II Guerra Mundial cuando se produzca la segunda revolución y definitiva con popularización del rollo de papel higiénico. En Cataluña, y al resto del estado, salió al mercado, el famoso papel higiénico que todo el mundo conocía cómo El Elefante, fabricado por Papelera Española, que se presentaba envuelto una con celofán de color amarillo. Es curioso porque en ningún momento ponía, a la etiqueta, que se denominara así, solo había el dibujo del animal y la leyenda de 400 hojas, que se supone que era el número de usos, pero como no estaba perforado el papel, no se podía saber si esto era verdad. Era papel de color marrón claro que tenía dos caras: una mate y de superficie rascona y la otra satinada, cosa que impedía la absorción. Por suerte la cosa ha evolucionado favorablemente y ahora disponemos de un papel esponjoso y suave.