Se define el término identidad como el conjunto de rasgos propios que caracterizan a una persona frente al resto, a un colectivo o, en caso de que nos compite, a un barrio.
Los que lucimos ya canas o calvas añoramos, e incluso reivindicamos, una identidad de barrio que para nosotros ha evolucionado no siempre -afirmamos- a mejor.
Solemos autoconvencernos de que tiempos pasados fueron mejores. Puede que sí, puede que no. La memoria es selectiva, subjetiva y muchas veces nos gusta que nos mienta.
Pero el caso es que la Barceloneta de nuestra juventud, ponemos hace treinta años, no es la de ahora. Y la de la juventud de nuestros padres, hace sesenta, tampoco era la de los 80 o 90. Y así podríamos rebobinar generación tras generación.
Todo evoluciona. Tú, yo y, por supuesto, el barrio. La cuestión es que cambios, aunque sean nuevos o distintos, suman para bien; y cuales para no tan bien, para mal.
En ambos casos podemos coincidir y discrepar. Un cambio que vea yo positivo tú puedes no verlo tanto, oa la inversa. Respetable. El problema es cuando coincidimos en los cambios cuya aportación es negativa. Todos tenemos alguno de ellos en mente. Porque todos los estamos sufriendo. Éstos son los que se cargan la identidad de un barrio, su esencia.
Combatirlos siempre alegamos que es labor de las autoridades. Cierto. Pero nosotros también tenemos al menos algo que hacer: no caer en la indiferencia.
Esa humilde revista pretende en el fondo esto: no ser indiferente. Tiene razón lo que nos comenta que no lee en ella denuncias de situaciones conflictivas. Es verdad. Como se dijo en la editorial del primer número, lo que se pretende “es dar a conocer nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, como algo positivo que confortó, conforta y confortará la esencia del barrio.
Según lo mires, también es una manera de denunciar. Pero sin duda sí es una forma de, al menos, no caer en la indiferencia.