Barcelona esta enferma

“Iconofilia”, así como suena, nuestra ciudad está iconofílica, y al parecer no existe intención alguna de encontrar un remedio que la haga sanar. Desde la olimpiada de 1992 en que se levantaron las torres gemelas (Hotel Arts y  la Torre Mapfre), nuestra ciudad ha entrado en una vorágine competitiva, por parte de los genios del diseño, que no cesan de levantar torres de Babel,  en una pugna por construir lo que en un futuro pueda llegar a ser el icono de nuestra ciudad

El último, y que se levanta en mi barrio, es ese magnífico Hotel Vela que tan descaradamente nos han plagiado algunos países, como Dubai, –según manifiesta nuestro genio “catalán” de la arquitectura y del diseño, Ricardo Bofill-.

Existe la leyenda negra que en primaria Ricardito fue expulsado de clase en algún que otro examen de F.E.N. por copiar.  Pero lo cierto es que Bofill terminó la carrera  –y no me refiero a la de copión– con buena nota.

Iconófilos, e iconoclastas, viven en un enfrentamiento constante, debido por una parte al hecho que nadie conoce  que parámetros utilizan las instituciones para adjudicar esas monumentales obras que encumbran, y seguramente enriquecen a los primeros, y ningunean y condenan al ostracismo a los segundos. Lo que si tenemos claro los ciudadanos de a pié es que el precio que pagamos no sólo es económico; esos nuevos iconos han hecho desaparecer otros que sin ser tan altos servían para dar personalidad a nuestra ciudad, y de paso, servicio a los ciudadanos de todas las condiciones sociales, –no como los nuevos–. 

Me refiero al Porta Coeli, ese restaurante cuyo derribo se realizó sin nocturnidad, pero con alevosía, y en el más estricto secretismo. El edificio amenazaba ruina, eso es verdad, en parte por el abandono que sufrió durante los últimos diez años de existencia. Lo mismo que el Rompeolas, que le fue amputado al barrio de la Barceloneta, ante la pasividad y la resignación de los vecinos, que ya nos acostumbramos a aceptar la fatalidad como algo cotidiano.

El Porta Coeli era parada y fonda de todas aquellas parejas de después de dar rienda suelta a todas las pasiones dentro de sus vehículos, acudían libres de “polvo y paja” a recuperar fuerzas con unos calamares a la romana, o unos mejillones a la marinera, que eran los platos típicos de aquel santuario que junto al faro, señalaba la entrada a nuestro puerto.

También cayó, en el otro extremo del Rompeolas otro pequeño icono: el Rocamar. Famoso por las paellas. Nadie supo cuándo ni cómo, simplemente un buen día ya no estaba. 

Estoy seguro que este edificio con forma de vela, diseño original de Ricardo Bofill –no me cabe la menor duda– dará a los ciudadanos de Barna un servicio que hará que no echemos de menos a los anteriores y que con los años incluso llegaremos a sentirnos orgullosos de él.

Aunque sin parejas, pasiones, calamares ni mejillones, resultará difícil.

Vicens Forner
Fotógrafo y cronista